Todos los años el 28 de diciembre conmemoramos toda la cristiandad el Día de los Santos Inocentes, ocasión aprovechada por la Iglesia para recordarnos la matanza de todos los niños menores de dos años ordenada por el rey Herodes. Pero para la católica España no es suficiente con disfrutar en esa fecha de una jornada festiva, que se celebra en todo el territorio nacional con la divertida costumbre de gastar bromas, conocidas comúnmente como inocentadas.
Sino que algunos rincones de la geografía de nuestro país necesitan adelantarse, poniendo en práctica las más crueles inocentadas con las victimas más ingenuas e inofensivas que existen criaturas bovinas que como algunos incultos deben pensar no viene del castellano bobo sino del latín bos que significa buey o vaca.
Como vemos no encontramos ninguna razón etimológica en el nombre de la especie, que justifique que anualmente becerros, o lo que es lo mismo, terneros de hasta uno o dos años sean masacrados salvajemente convirtiéndose anualmente en los nuevos Santos Inocentes. Mártires de la impía brutalidad padecida por los seres sufrientes no humanos provocada por sus hermanos animales, que supuestamente si lo son, asociada a las fiestas patronales. Festividades y solemnidades religiosas entorno a las cuales más piedad deberían manifestar los auténticos devotos con todas las criaturas, que componen la creación, que para los creyentes es obra sagrada de Dios.
Pero incomprensiblemente la época de los doce meses del calendario, que más desprotegidos se encuentran es aquella en la que más amparados se deberían sentir contra la barbarie irreflexiva, que ha convertido nuestros festejos populares en honor de algún santo patrón o patrona, a los que recordamos como ejemplo de vida, en unas jornadas consagradas al sacrificio y muerte.
Como sucede en un municipio de la comunidad valenciana, poseedor de un rico patrimonio histórico-artístico, atesorado a lo largo de los siglos, conocido como Algemesí, que prosigue obstinado en hundirse en el desprestigio. Localidad, que ha logrado hacerse mundialmente impopular por preservar una tradición consistente en inmolar durante su semana taurina a casi medio centenar de animales entre becerros, erales y novillos. Holocausto sangriento de dimensiones apocalípticas, que refleja un sadismo impropio de seres, que se consideran y se llaman así mismos humanos y que demuestra que el hombre en su progresivo endiosamiento ha llegado hasta el extremo de autoconcederse el título de amo y señor del resto de seres vivos que habitan la Tierra con la potestad para decidir sobre su presente y futuro.
Ritual macabro cuyas proporciones recuerdan a los sacrificio masivos ofrecidos por pueblos paganos, a los que los antiguos griegos llamaban hecatombe, que literalmente se traduce como cien bueyes, haciendo alusión al numero de víctimas inmoladas en una misma ofrenda sagrada. Sin embargo el mayor número de animales inmolados en una misma oblación registrado del que se tiene noticia aparece en la Odisea, en la que se nos habla de la degollación de ochenta y un bueyes y en segundo lugar en cuanto a importancia encontramos una matanza de cincuenta carneros en la Iliada. Relatos en los que se mezcla realidad y leyenda y cuyos hechos épicos narrados, contrastados con otros historiadores del periodo antiguo han sido datados como acontecidos hace algo más de tres mil años. Por esta razón lo más probable es que se trate en ambos caso de una hipérbole, o lo que es lo mismo de un recurso literario utilizado por el autor, el excelso poeta Homero consistente en la exageración para enfatizar partes de la epopeya contada.
Pero lo que no es una fantasía fruto del perverso genio creador de ningún escritor sino que resulta una dolorosa verdad arraigada a través de las centurias en la España, que se aferra a sus bárbaras costumbres, negándose a evolucionar, es la existencia de una serie de festejos taurinos, que continúan constituyendo el eje central de infinidad de fiestas locales, autenticas hecatombes de nuestro tiempo, en las que si se sacrifica físicamente a casi medio centenar de seres vivos. Realidad, que pone en evidencia, que después de más de treinta siglos no sólo no hemos progresado, sino que hemos involucionado; ya que hemos superado en trato vejatorio y crueldad humana, en cuanto nuestra relación con el resto de animales, a civilizaciones supuestamente más primitivas que la actual cultura hispánica. No debemos olvidar que, volviendo al caso de la Grecia Antigua como referente y base indiscutible de la civilización occidental y de la que la tradición cultural de nuestro país es heredera, que en los sacrificios consagrados por los helenos en el culto a las deidades, Apolo, protector de las manadas y rebaños, que era una de las divinidades, que gozaba de mayor veneración, incluso en sus celebraciones más nombradas nunca recibió un tributo mayor de diez bueyes y diez corderos matados en su honor.
Practicas religiosas, realizadas en un contexto social formado por ciudadanos provistos de una sensibilidad innata, fomentada por la concepción de los animales no humanos como benefactores, por ser dóciles servidores de los dioses, de los héroes y del común de los mortales, ya sea como intérpretes de la voluntad de los primeros, o como guías de hombres y héroes, iluminando su camino y mostrándoles la manera de cumplir su misión.
Nuestra sociedad occidental moderna debería, al igual que tiene las puertas de su entendimiento inteligente abiertas a cualquier otro tipo de vasto y profundo conocimiento, admirado y aprendido, procedente del elevado nivel de erudición conseguido por nuestros antepasados grecolatinos, asumir como virtud propia la alta valoración gozada en la Grecia Clásica por sus fieles e inseparables compañeros. Acompañantes de naturaleza animal humanizados hasta tal extremo, que algunos llegaron a alcanzar la categoría de mitos por sí mismos. Compañía sin la cual los precursores de nuestra realidad cultural actual, no sólo no hubieran podido realizar el duro trabajo diario sino que tampoco hubieran podido llevar a cabo sus grandes hazañas bélicas y por su puesto ni mucho menos imaginar sus inmortales gestas y prodigios mitológicos.
Teniendo en cuenta este contexto sociocultural, en el que tan relevante papel era jugado por los animales no humanos para los que si verdaderamente lo eran en su trato cotidiano con ellos, resulta fácilmente comprensible que carentes de un sadismo irrespetuoso con la dignidad de los seres sintientes, los sacrificios rituales, como manifestación y búsqueda del favor y la comunión con los dioses del panteón olímpico, eran realizados de la forma menos incruenta a su alcance, intentando reducir al mínimo posible el padecimiento animal. Misión encargada a un especialista en la materia, el ''boutopos'', traducido como el degollador de bueyes, cuyo oficio consistía en abatir al animal ofrendado por el sacrificante, golpeándole con el hacha en la frente. Inicio del proceso de muerte ritual que culminaba con la segunda y ultima fase, el degollamiento.
Como vemos, el sufrimiento animal, para nuestros ilustres antecesores de mente lúcida de la Antigüedad Clásica, nunca fue un fin en sí mismo ni un medio para alcanzar una finalidad determinada, como el caso que queremos denunciar públicamente como es el de la Semana Taurina de Algemesí. Semana trágica de avergonzante y doloroso recuerdo, cuya cuenta atrás iniciamos y que por tanto en breve tendremos la desgracia de volver a revivir del 21 al 30 del presente mes. Periodo infame, en el que el cenit lo constituyen dos becerradas, cruel y sangrienta diversión camuflada de costumbre tradicional, en la que un grupo de mozos del pueblo compiten para ver quien se hace merecedor del título de Cromañón del año. Mención honorífica otorgada a aquel que demuestre mayor capacidad de ensañamiento torturador y sadismo con aquellas criaturas, que siendo las más indefensas, mayor ternura e instinto de protección y conservación deberían despertar en cualquier sujeto, que disfrute de un mínimo nivel de sensibilidad y humanidad. Cualidades, que son las dos condiciones fundamentales para superar el grado de simple individuo representante de la más degradante irracionalidad de la especie humana, dominado por las más bajas y destructivas pasiones; a persona que transciende de ese estrato básico para libremente tomar consciencia y disfrutar, desde su inteligencia emocional y sensitiva, de su posición privilegiada de protector creativo de todo su entorno natural.
Estas "Becerradas Cadafaleras" celebradas durante las fiestas patronales, se incluyen dentro de un programa calificado como taurino, catalogación, que respecto a este espectáculo produce incluso la ira y la repulsa de aquellos que son expertos en transformar las plazas de toros en auténticos mataderos sin ningún tipo de escrúpulos. Esta actitud nos da una idea de lo insufrible y lo insoportable que resulta la visión de esta intolerable actuación cuando hasta los profesionales del sadismo se escandalizan de ver como manos inexpertas disfrutan torturando a las criaturas más indefensas, carentes de la edad mínima y del temple necesarios para transformar su innata inclinación lúdica al juego propia de su corta edad en la bravura imprescindible para enfrentarse al martirio ineludible, que supone una muerte segura de la forma más sangrienta y cruel imaginables. Combate injusto y desigual que convierte su infancia en un infierno bélico, que les transforma en inermes becerros soldado con un margen de edad comprendido desde que se pueden mantener en pie hasta los dos años.
En el caso de Algemesí cachorros armados en el mejor de los casos de una cornamenta, que según estipula el reglamento taurino debe ser inofensiva contra la fuerza bruta de una jauría inhumana ilimitada de aprendices de matarife cuyo único objetivo es alcanzar, atormentar y asesinar con nocturnidad, premeditación y alevosía a una presa acorralada débil e impotente como un niño. Inocente infancia maltratada como a la que convierte en espectadores de un comportamiento violento y agresivo con el que se les enseña como se debe tratar a la naturaleza más desvalida y desfavorecida privada de todo tipo de derechos por el hecho de ser mudos o no existir una conciencia social mayoritaria, que los dote de una voz lo suficientemente fuerte. Un grito alto claro y unánime con el que expresen lo hartos que están de no poder disfrutar de una existencia y muerte dignas por el hecho de pertenecer, a causa de la genética, a una especie animal determinada. Raza, que inventada por una mente maquiavélica para justificar lo inaceptable, está condenada desde su nacimiento hasta su edad adulta a la esclavitud de servir de diversión por decisión de una minoría, que no renuncia a su privilegio de decidir sobre cómo deben vivir y morir el resto de seres vivos.
Terrible e irreversible legado, que terminara volviéndose en nuestra contra, dejamos en herencia a nuestros hijos, si nuestra descendencia y sucesores en los puestos de responsabilidad social, administrativa y política asumen con absoluta normalidad, sin el menor atisbo de objeción de conciencia propia o ajena desde su más tierna infancia, que el que ostenta el poder por la fuerza bruta ya ni siquiera por el convencimiento intelectual o a través de un proceso democrático está legitimado a doblegar y someter a su capricho y voluntad a los que considera mas débiles o inferiores. Todos más tarde o más temprano nos encontraremos en una situación de indefensión física, psicológica, emocional o intelectual en la que nos daremos cuenta que en ninguno de los cuatro supuestos esta justificado el dominio de la orgullosa y prepotente fortaleza sobre la frágil y humilde impotencia limitadora de nuestras capacidades y posibilidades.
Por este motivo como todos nos hemos hallado o lo haremos en alguna ocasión en el futuro en una coyuntura en la que somos injustamente tratados no debería costarnos ningún esfuerzo empatizar con los inocentes becerros declarados culpables de ser, según el reglamento taurino, menores de edad para la lidia, víctimas propicias condenadas a ser toreadas sin que entrañe ningún peligro para los valerosos y osados algemesienses. Jóvenes, que son aclamados por sus vecinos cómplices instigadores, como héroes cuando su única hazaña consiste en demostrar la más vil cobardía frente a cachorros que se enfrentan valientemente en lo que para ellos es un juego mortal.
En nuestras manos está acabar con la crueldad vejatoria, a la que son sometidos los animales en las becerradas nocturnas y con el maltrato sufrido por los animales en general en la plaza de toros de Algemesí. No dejemos escapar la oportunidad de poner fin a la brutal y vergonzosa recreación anual de la Matanza de los Santos Inocentes.