Hola, mi nombre es Helena, tengo 26 años y voy a relatarles mi historia.
Todo comienza cuando tras 15 años de ocultar mi secreto decido contárselo a mis padres.La noticia cayó como un huracán silencioso pues en un primer momento fue mucha comprensión, incluso comentaron la opción de vender propiedades para operarme, y apoyo creyendo que esta decisión sería algo momentáneo y no perduraría más allá de un mes, pero desgraciadamente todo cambió para mí transcurridos unos días: insultos, descalificaciones, amenazas entre otras lindezas.
Un día salí de casa, como de costumbre, y a mi regreso, unas horas más tarde, me encontré con que me habían cambiado la cerradura de la puerta principal, llamé y llamé hasta desfallecer sin obtener resultado alguno. Entonces no me quedó otra opción que llamar a un amigo, que me tranquilizó y amablemente me tendió la mano y me ofreció techo y comida.
Después de tres meses tuve contacto con ellos, me dejaron las cosas muy claras mientras evidenciaban lo mucho que les estorbaba, me dijeron que yo era poco menos que un engendro, ya que ellos habían tenido a un chico y no estaban dispuestos a tolerar otra cosa, menos aún a un travestí. ¡Qué terriblemente sola me encontré entonces!
Tras esta ristra de insultos me cabreé muchísimo, pero no hice nada en ese momento pues me encontraba profundamente abatida. Fue poco tiempo más tarde que la rabia inundó mi alma. Dejé escapar entonces todo mi cabreo buscándoles para explicarles el tipo de “engendro” que habían tenido, pero las descalificaciones crecían y no encontré solución a mis zozobras con lo que decidí cortar la comunicación definitivamente y seguir mi vida asumiendo mi orfandad.
Pero dolía demasiado el vacío de la familia, la ausencia de mis padres, casi tanto como la furia que oprimía mi pecho frente su intolerancia. Los recuerdos de infancia me surgían empañados por el sufrimiento y los anhelos de felicidad. Sólo quería ser yo misma, ¿era tan difícil comprender aquello? En aquel momento de debilidad decidí hacer el último esfuerzo e ir personalmente a Archena para hacerles entender mi postura. Les explicaría que yo no era un ser abominable como creían y que mi comportamiento no les iba a hacer mella en su reputación.
Curiosamente sus corazones habían latido al mismo compás que el mío y me los encontré en la puerta con los brazos abiertos. Fueron años de felicidad. Yo les visitaba y ellos me acogían gustosamente en su casa. Pero la felicidad no dura eternamente, y ante mi insistencia volvió a aparecer el fantasma de la intolerancia y las descalificaciones. Definitivamente, no recibiría ninguna ayuda de mi familia. Debía mentalizarme. Recuerdo que en una de mis patéticas súplicas le pedía ayuda para el sustento alimenticio, como último cabo al que aferrarme pues me había abandonado a mi suerte después de mis intentos de ser mujer y debido al rechazo social que sufría. El silencio de mi madre fue aterrador.
Recibí noticias de mi madre unos meses más tarde, en la carta me comunicaba que mi padre y ella habían hablado del tema largo y tendido y que habían decidido apoyarme en mi voluntad de operarme. No estaban dispuestos a dejar en la marginación a su hijo. De nuevo me equivocaba acudiendo a ellos. Creí que habían cambiado y que todas las calumnias lanzaban contra mí como engendro con pechos, hijo desnaturalizado, etc. cesarían, pero todo formaba parte de su retorcida estrategia ya que un día, si yo decidiera vivir mi propia vida lejos, como mujer, aunque sin cortar los vínculos, me echarían en cara su desamparo. Hay familias que piensan que los hijos se los ha dado Dios para su propio beneficio, que deben continuar los negocios familiares, algo parecido a perpetuar la especie. De repente me encontraba en un laberinto cuyas paredes estaban escritas con enormes grafitis que gritaban: ¿Cómo has podido hacerles esto a tus padres? ¿Hacerles?¿Yo? Si durante mucho tiempo me había desvivido por sus negocios en el pueblo, animado a mi madre a montar la asociación de mujeres empresarias o ayudando en la gestión de su casa rural en la Algaida. De repente podía unir las piezas del puzle, ellos serían las víctimas y yo el hijo desnaturalizado que abandonaría a sus padres. Un padre, una madre, debe entender que el amor de un hijo no ha de estar condicionado por nada. Si esto es así… ¿cómo es capaz aquel de llamar desnaturalizado a su vástago? El amor debe ganarse con amor y no con presión o chantajes. Deben comprender, debemos comprender todos, que nuestra misión en la vida es la de ser felices y hacer felices a los demás.
A pesar de mi decepción, varias fueron luego las negociaciones a las que acepté por necesidad y que siempre acababan con mi huida hacia ningún lugar, pues entendía que la única geografía que me oprimía era mi propio cuerpo. .
Actualmente tras años de terapia una psicóloga experta en maltrato me ha hecho caer en la cuenta de los daños recibido por mi familia. Ahora consigo dormir sin esos recuerdos de infancia que acababan con un huracán silencioso, yo frente a mis padres, hablándoles de mi felicidad. Cuantas pesadillas me provocaron su silencio.
He decidido contar mi historia para intentar concienciar a los padres con hijos transexuales. No son engendros ni enfermos. Necesitan mucho apoyo ya que es una situación muy dura. Les pediría que les apoyasen todo lo posible. A los familiares: tíos, abuelos, primos que muestren empatía con ellas ya que no es una decisión tomada de un día para otro. Es la propia naturaleza abriéndose paso en la vida hacia la felicidad.
Helena Gómez Martínez