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miércoles, 6 de marzo de 2013

LA MUJER TRANSEXUAL TAMBIEN REIVINDICA EL 8 DE MARZO

El próximo jueves 8 de marzo conmemoramos el Día Internacional de la Mujer y por este motivo desearía aprovechar la oportunidad, que esta ocasión me brinda para pedir, justificándolo desde mi experiencia vital, la visibilización del colectivo, al cual represento, demandando la inclusión de nuestras reivindicaciones en la celebración de tan importante fecha en el calendario reivindicativo. 

Con la intención de contar en primera persona y desde mis propias vivencias la doble discriminación, que sufrimos las personas que pertenecemos a una minoría sexual, tanto por ser mujeres como por ser transexuales; no me queda mas remedio, que retroceder hasta el año, 2008, en el que fui, después de tres años, despedida de mi trabajo como masajista en un balneario, digo despedida entre comillas por que el teléfono que debía de sonar ese sábado para confirmarme la hora de entrada no sonó. 

Le siguió un rosario de idas y venidas al balneario, más concretamente al despacho del jefe de sección de baños pidiéndole, que me explicara el motivo, por el cual mis servicios ya no eran requeridos. 

Al principio sus respuestas eran bastante lógicas y convincentes: "Que si había poca gente....; que en cuanto se moviese la cosa me iban a llamar...; que siguiera insistiendo...; pero pasados cuatro o cinco meses sus respuestas sonaban a mentiras. 

Fue en esta época, cuando comencé el proceso del cambio; gracias al cual descubrí, que lo que durante tantos había sospechado era cierto, es decir que mi cuerpo y mi mente no estaban en concordancia. 

Esta confirmación me dio fuerzas para asumirlo y gracias a unas estupendas profesionales empezaron a manifestarse externamente los caracteres secundarios (pechos, aclaración de la voz, etc.) propios, de lo que yo era realmente, una mujer 

Mi dulce hogar se había convertido en un infierno. Lo que en un principio parecía ser aceptación y apoyo se transformó en reprimendas y reproches desde el momento, en que tomó carácter social y fue de dominio público. Fue precisamente enana de estas frecuentes discusiones familiares cuando salió a la luz la verdadera causa de mi despido. Mi madre había sido informada de que mi presencia, debido a la imposibilidad de ocultar unos senos, que gracias a la hormonación cada vez eran más abultados y manifiestos, iba a dar que hablar entre los clientes, dañando de esta forma la buena imagen de la empresa. 

Dejé mi hogar con la esperanza de poder encontrar en algún otro pueblo de Murcia un trabajo que me permitiese vivir dignamente. Pero sorprendentemente, a pesar de haber residido en cuatro domicilios diferentes, en ninguno pude encontrar una colocación a pesar de estar perfectamente capacitada, con titulaciones tan dispares como pueden ser masajista y auxiliar de clínica entre otras. 

A lo largo del tiempo he ido conociendo a otros/as personas transexuales, que me han permitido descubrir que mi caso no es un hecho aislado y que la prostitución se convierte en la mayoría de las ocasiones en el aparcamiento de las sucesivas discriminaciones que sufrimos y entre ellas la principal, la exclusión del derecho a un trabajo digno. 

La desinformación social que confunde a menudo transexualidad con travestismo, la culpabilización, argumentando que nuestro cambio, se debe a un mero capricho y no a una necesidad vital de poder tener una identidad acorde con nuestra mente; suelen ser las causas principales que nos abocan a la ultima fila de los repudiados/as de la sociedad.

Por este motivo, para acabar con está situación de marginación, resulta imprescindible, que la familia y la seguridad social te concedan la oportunidad de disfrutar de la operación, por medio de la cual toda tu perspectiva de futuro cambia, entrando a formar parte de la normalidad y empiezas a gozar de esa felicidad que a ningún ser humano se nos debería negar. 

Pero no quiero terminar con victimismos. El mundo cambia a pasos agigantados y la visibilidad de la realidad transexual es progresivamente más evidente.

Nuestra problemática resulta paulatinamente mas conocida y apoyada por un ciudadano de a pie sensibilizado con cualquier sufrimiento innecesario. 

Los especialistas ya nos entienden, los padres sacrifican sus bienes para nuestras operaciones de cambio de sexo, nuestras parejas ven por encima del físico. Pero por último y para completar este canto de optimismo, sólo nos resta conseguir que los empresarios conciban nuestra identidad de género, no como un obstáculo; sino como un valor añadido, que suma a sus empresas calidad, tanto profesional como humana y nos den una oportunidad en el mundo laboral.

Helena Blas Martínez