III. LA VERGÜENZA BRITANICA
Pero el sufrimiento y las vejaciones padecidas cada día tienen menos sentido y son más inútiles e inservibles puesto que sus captores no cesan de practicarle recortes. Hachazos disfrazados de reformas, o sea, de medidas presupuestarias y privatizaciones, que demuestran el incesante empeño de sus secuestradores por mutilar los cuatro miembros vitales: educación, sanidad, prestaciones sociales y dependencia que sostienen en pie a una virtuosa, honesta y laboriosa doncella. Auténtica soberanía popular, cuya supervivencia peligra, debido a que su salud se deteriora progresivamente por las sucesivas amputaciones y violaciones sufridas, con su derecho a manifestarse atado y su libertad de expresión amordazada. Equilibrio democrático, que está siendo maltratado y denigrado, hasta tal extremo, que el día que lo recuperemos, si no lo rescatamos y sanamos por la vía de urgencia, va tener sus facultades tan reducidas y la posibilidad de ejercer sus derechos tan mermada, que seamos incapaces de reconocerlo. Soberanía popular, que lo que reste de ella, sus despojos, sólo valdrá para enterrarlo, pero lo más probable es que ya no nos queden, al pueblo, recursos económicos suficientes para poder pagarle una digna sepultura, y mucho menos para costarle un digno y merecido funeral de Estado.
Honores y privilegios, además de significativas muestras de afecto y respeto, exclusivamente reservados a la élite de la política y de los que disfrutan los verdugos, mientras que están prohibidos para el pueblo llano y que encima son costeados por las víctimas, como es el caso de la suntuosa y solemne ceremonia funeraria pública con honores militares, cuyo cortejo fúnebre recientemente recorrió el centro del poder político, situado en la capital londinense. Eufemismo formado por seis palabras, el doble del que necesitarían las autoridades británicas si tuvieran el valor y la decencia de reconocer su verdadera intención, es decir, su propósito de celebrar un acto oficial en memoria de Margaret Thatcher, que sólo se diferencia del funeral de Estado en el nombre. Exequias que, con una duración aproximada de de 2 horas y 20 minutos, han sido valoradas por la prensa del Reino Unido en 10 millones de libras, que son el equivalente a 15,3 millones de dólares o 11,7 de euros. Estimación, que no ha sido corregida oficialmente por el gobierno a pesar de la enorme polémica que ha levantado la elevada factura que el pueblo británico tendrá, que pagar por decirle “hasta nunca” a uno de los líderes políticos, que más odio y repulsa ha despertado entre sus conciudadanos, hasta el punto que algunos de ellos festejan su muerte brindando con champan. Sentimiento de rechazo compartido más allá de las fronteras de Gran Bretaña y que ha generado un clima de protesta generalizado, que tacha de escandaloso, imperdonable y vergonzoso el hecho, de que una de las principales culpables, como promotora e iniciadora de las políticas económicas neoliberales, que están parasitando y consumiendo el sistema democrático occidental, arruinando la vida de millones de personas a nivel global, se convierta en un vampiro. Espectro de un personaje abominable, que en vida formaba parte de una legión de ultraconservadores, y que sigue proyectando desde el más allá su alargada sombra sobre sus víctimas, conciudadanos, a los que continua chupando la sangre después de muerta.
Por obra y gracia de su heredero, su más incondicional admirador y correligionario, David Cameron, gustoso y orgulloso responsable de mantener vivo el legado de un monstruo de la política, el thatcherismo que se alimenta de cobrar suculentas comisiones obtenidas a cambio de privatizar el sector público, comprado, para hacer negocio con él, por el sistema financiero. Bestia inmunda e inhumana, cuya principal fuente de ingresos es la progresiva disminución de la inversión en políticas sociales. Control del gasto público efectuado con la intención de empeorar las condiciones de vida de la clase media-baja, a la que después de someterla a una rigurosa, forzosa y económica dieta de adelgazamiento, a base de recortes, subida de impuestos y bajada de sueldos, se le pide que se apriete el cinturón hasta el punto que se le quede una figura tan estilizada, que reflejada en el espejo de la cruda realidad social, muestre la siniestra silueta de la pobreza extrema o del hambre. Tiburón gigante de guante y cuello blanco, que se mueve libremente, como pez en el agua, por las profundidades oceánicas de los mercados desregularizados, es decir, sin fronteras legales y sin límites estatales. Torpe y maquiavélico Mastodonte, que cuando deja de saquear y destrozar las arcas públicas en beneficio del sector privado, es porque este último le ha ofrecido un retiro dorado, o lo que lo mismo, un cargo directivo como recompensa por los favores recibidos y servicios prestados a través de licitaciones, concesiones y permisos otorgados, además de privatizaciones evidentes o encubiertas de externalizaciones.
Pero no debemos olvidar por último, que uno de los ingredientes principales del thatcherismo, es la exaltación nacionalista patriotera. Sentimiento del que el pueblo británico se convirtió en espectador y participe merced a una de sus últimas manifestaciones públicas, las exequias para homenajear a Margaret Thatcher. Pompas fúnebres, que traicionan y deshonran su memoria, puesto que este tipo de ostentaciones de derroche, en época de crisis, pagadas con dinero público, atentan contra el espíritu de austeridad del thatcherismo, que propugnaba la reducción a la mínima expresión de la inversión pública para garantizar la cobertura de las necesidades vitales de la población más desprotegida. Por lo que la difunta, en coherencia con su tesis defendidas en vida, considerara seguramente esta inversión sin beneficio financiero alguno un despilfarro imperdonable e injustificable, prefiriendo, sin lugar a dudas, que se hubiera privatizado la organización de su funeral, para que de su comercialización, subastando exclusivas y vendiendo entradas y recuerdos, se hubiera aprovechado el sector empresarial, que tanto amparó durante los once años, que duro su mandato como primera ministra del Reino Unido.
Pero para la fuerza política gobernante, el partido conservador resulta prioritario imprescindible e ineludible darse un obligatorio baño de populismo, perfumado de lealtad, agradecimiento y reconocimiento patrióticos para lavarse del cieno fétido del desprestigio caído sobre sus cabezas a consecuencia del diluvio de críticas, que los negros nubarrones de las políticas continuistas del thatcherismo han provocado.
Ducha, que se pretendía fuera bajo la lluvia del oro fino y deslumbrante de la aceptación popular, y que como tal fue pagada, saqueando una vez más el bolsillo del contribuyente, y que terminó lógicamente bajó el fango del rechazo generalizado. Repulsa global hacia un gobierno, que ha demostrado estar doblemente deslegitimado para ejercer el poder, puesto que deserta del ideario político, que le permitió ganar las elecciones, dando la espalda al principal dogma de fe del sistema thatcherista: minimizar el gasto público y maximizar la privatización. Verdad indiscutible revelada por la diva Thatcher, relegada en segunda posición por sus discípulo más aventajado, David Cameron, debido a la soberbia y ambiciosa manifestación de populismo mediático y patriótico. Desmesurada e inmoral ostentación de nacionalismo británico, que costará al contribuyente británico 11,6 millones de euros.
Desvió de fondos públicos para pagar la factura de un infame acto oficial, que cuenta con la desaprobación del 75% de la población por su excesivo importe. Escandalosa y escalofriante cifra, con la que se podrían haber evitado muchas muertes de pacientes, por sed y abandono, en la sanidad privatizada. Cantidad, que robada de las arcas públicas supone un fragante atentado, contra el bienestar de la ciudadanía, y que desautoriza a continuar ejerciendo el poder en nombre del pueblo, al ejecutivo que lo ha efectuado. Fraude presupuestario, que de no haberse aprobado, hubiera permitido sufragar hasta un total de 23 servicios públicos distintos, de los que se prescinde o se mantienen exigiendo sacrificios a colectivos sociales, a los que se exprime o ignora hasta la extenuación para garantizar una prosperidad, de la que se les niega el derecho a disfrutar.
Por todo lo anteriormente expuesto animo al mosaico de realidades culturales con identidad nacional propia, que componen históricamente Gran Bretaña, a rebasar las líneas fronterizas naturales, que las separan y a dejar a buen recaudo, en el camino, las características y diferencias que las dividen e iniciar unidas la senda de la sublevación y liberación de unos grilletes oxidados, que encadenan a toda la ciudadanía británica a unas instituciones arcaicas y atávicas. Maquinaria real y estatal, que aunque anquilosada y oxidada, aún tiene la suficiente fuerza y peso como para continuar quebrantando y aplastando las ansias de libertad y el derecho a decidir sobre su futuro de todos los ciudadanos independientemente del nacionalismo, o concepto de estado que defiendan.
Pero toda sociedad, que se plantea o principia una revolución necesita una meta. O lo que es lo mismo un hito, que le marque la dirección por la que debe continuar su andadura. Y en este sentido los habitantes del Reino Unido lo tienen más fácil que el resto de los residentes en el continente europeo, bajo el dominio del imperialismo nacionalcapitalista merkeliano, puesto que los primeros sólo deben dirigir la mirada hacia la izquierda para encontrar el Norte, es decir el punto geográfico, que les debe señalar el sendero político a seguir, el camino de Islandia.
Trayectoria irreversible y progresista, que deben empezar sin echar la vista atrás, tras abolir e incendiar un régimen monárquico, ultraconservador y tiránico que valora más la pompa, el boato y la fastuosidad, que a sus súbditos y que costea hurtando el pan la salud y la educación de su pueblo, el billete de vuelta al infierno, de donde nunca debió salir, de un ser diabólico. Dama de fuego, que con su puño de hierro ha sacudido fuertemente a la sociedad británica más desprotegida, dejando, como herencia, un panorama dantesco de ausencia de cobertura social ante el hambre, la enfermedad y el sufrimiento. Lacras extendidas y cronificadas, de las que, en nuestro país, la única salida es la inmigración hacia otro país o hacia la otra vida.
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